El Partido Popular, antes Alianza Popular, es un partido hecho para mandar, para gobernar. Ser una organización por y para el poder atrajo durante mucho tiempo a todo aquello que se movía en el centro y el centro-derecha españoles. Fue así hasta no hace mucho, cuando irrumpió en escena Ciudadanos, primero, y Vox, más tarde. Sin embargo, mientras Ciudadanos se encamina hacia su mutis, el partido de Santiago Abascal no ha hecho más que crecer desde las elecciones andaluzas de 2018. En los últimos comicios españoles, en 2019, consiguió 52 escaños, contra 89 del PP.
Si hoy el PP tiene un problema, este se llama Vox. Y, con el PP, lo tiene toda España. A estas alturas, existen pocas dudas de que a Pablo Casado lo descabalgaron porque eran muchos los mandamases convencidos de que no iba a derrotar a Pedro Sánchez. Lo acabaron viendo como un perdedor. El enfrentamiento con Isabel Díaz Ayuso les vino de perlas para echarlo en un golpe de mano exprés. Una pequeña digresión: tantas ganas tenían de perderlo de vista que no les importó machacarlo ¡por haber mandado investigar un caso de presunta corrupción!
En la caída de Casado fueron determinantes las elecciones en Castilla y León. El entonces número uno popular anticipó la consulta con el afán de impulsar y fortalecer su liderazgo. Fue un fracaso, pues la aritmética llevó al PP a tener que gobernar en coalición con Vox. El PSOE aprovechó la ocasión para criticar duramente a los populares a la vez que les negaba su auxilio. Por pura táctica, los socialistas contribuyeron a que por primera vez Vox se sentara en un gobierno autonómico. Sin duda, esta es una piedra en el zapato –y pueden venir otras similares– que va a entorpecer la estrategia de moderación y experiencia que se espera de Feijóo.
A rey muerto, rey puesto. Apartado Casado junto a su círculo de jóvenes ‘aznaristas’, el partido oscilaba hacia el pragmatismo sénior de Feijóo. Lo primero que dijo el gallego al llegar al poder en el PP fue: “No vengo a insultar a Pedro Sánchez, vengo a ganarle”. También al contrario de Casado, ha insistido en que hay que respetar la pluralidad de España.
Una vez instalado en el despacho de presidente del PP, Feijóo ha tenido que lidiar con los eternos escándalos de corrupción que salpican una y otra vez y desde hace muchos años a los populares. El último en el momento de escribir estas líneas, por las compras de material sanitario por parte del Ayuntamiento de Madrid, asunto que está poniendo en serios apuros al alcalde Martínez Almeida.
Encumbrando a Feijóo, el PP ha elegido una de las dos estrategias posibles para tratar de doblegar a los ultras, la que consiste en no parecerse a ellos. La fórmula le ha funcionado a Feijóo en Galicia, donde ha conseguido cuatro mayorías absolutas seguidas. Un auténtico récord. Más aún: en la última convocatoria autonómica, la de 2020, amén de lograr su mejor resultado, dejó fuera del Parlamento gallego a Vox, que recibió poco más del 2% de los votos.
La otra estrategia es la que encarna Ayuso, la ‘aznarista’ que dio la puñalada al también ‘aznarista’ Casado. Es esta la estrategia contraria: ser como Vox. Asemejarse a los ultras. Ser orgullosamente de derechas, tradicionalista y no avergonzarse de la España franquista. Ser también auténtico, esto es, decir lo que se piensa, aunque lo que se piense sea una burrada. En un partido hecho para el poder, las credenciales de Ayuso pesan también una barbaridad, toda vez que ella, tras adelantar los comicios en la Comunidad de Madrid, logró más que doblar sus diputados (de 30 a 65) mientras que reducía el crecimiento de Vox a un solo escaño. Como Feijóo, ella es también una ganadora.
¿Qué fórmula es mejor para vencer a la peligrosa serpiente Vox? ¿La de Feijóo o la de Ayuso, que ya ha exigido al primero que haga una “oposición real” a Pedro Sánchez? Nadie, se diga lo que diga, lo sabe. Lo que es seguro es que la de Pablo Casado –el constante ir y venir entre la radicalidad y la moderación, el titubeo sempiterno, la inconsistencia– no funciona. Existe además un elemento que, amén de añadir complejidad, para nada es soslayable. Feijóo ha podido con Vox en Galicia y Ayuso, en la Comunidad de Madrid. Pero son dos campos de batalla con unos rasgos propios muy marcados. Para frenar y arrinconar a los ultras en el Congreso hay que acertar con el método que mejor funcione no en una comunidad u otra, sino para el conjunto del Estado.