“Toda negociación tiene algo de partida de póquer, y me temo que las incidencias hasta ahora de las negociaciones habidas nos sitúan en posición psicológica de perdedores. Tenemos una mayoría absoluta en el Parlament para los próximos años que nos debería permitir cambiar de escenario. Si no lo hacemos así, volverán las cosas a ir mal. Pensemos, no obstante, que si las nuevas valoraciones van mal ahora irán mal de una manera definitiva [ ...] y vista la actitud de Madrid, que no creo previsible que cambie, todo lo que nos perjudique quedará consolidado para siempre”.
El párrafo de arriba no refleja las últimas declaraciones del consejero de Economía, Jaume Giró, sobre la financiación catalana. Son muy anteriores. En concreto, de un libro publicado en 1985. Su autor, el catedrático de Economía Ramon Trias Fargas, consejero de Jordi Pujol en dos ocasiones durante los ochenta.
Hace unos días conocíamos que durante el ejercicio de 2021 en Catalunya se había ejecutado tan solo un 35,7% de la inversión presupuestada. En Madrid, dicha ejecución fue del 183,9%. El año 2021 supone un nuevo récord en cuanto al incumplimiento de la inversión en Catalunya, un récord que tristemente cabe atribuir a la ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, la catalana Raquel Sánchez. Militante del PSC y exalcaldesa de Gavà.
La infrafinanciación de Catalunya, como demuestran las palabras de Trias Fargas, es algo endémico. Una constante histórica ante la cual caben apenas dos grandes explicaciones. Una de ellas, fácil de comprobar si uno tiene delante un mapa de España con sus infraestructuras, es la existencia de un proyecto de gran alcance y del que participan los dos grandes partidos sistémicos, PSOE y PP, para concentrar el poder económico en Madrid, a la vez que se aplana al resto, y particularmente a la que fue el gran motor económico español, es decir, Catalunya. Muchos han sido los que han documentado esta operación de centralización y absorción de recursos. Entre ellos, el economista Germà Bel en su libro ‘España, capital París: ¿Por qué España construye tantas infraestructuras que no se usan?’
La alusión a París no es trivial. El sueño de las élites españolas sería -es- transmutar Madrid en lo que es París, o sea, la capital de un estado radicalmente centralizado, dividido entre la todopoderosa capital y el resto, las ‘provincias’. París, capital también de un estado que arrinconó ferozmente y en tiempo récord las lenguas y culturas minoritarias.
Existe una segunda explicación a lo que viene ocurriendo desde hace décadas. Una explicación perfectamente compatible con la primera: los sucesivos gobiernos españoles ahogan Catalunya no solo porque quieren que Madrid sea como París, sino también porque Catalunya tiene una lengua, una cultura y una identidad propias, y las defiende tozudamente. Se trataría de fragilizar económicamente a una nación (o nacionalidad, como reza sibilinamente la Constitución) justamente por eso: porque es ‘otra’ nación.
Por supuesto, que haya en Catalunya un gobierno y una mayoría independentista en el Parlament vendría a cargar de razones a los que desean minorizar Catalunya tanto como se pueda. Quizás eso explique el incumplimiento récord de 2021. Y quizás explique también la rotundidad del título del libro de Trias Fargas de 1985: ‘Narració d’una asfíxia premeditada’.
¿Es posible un remedio? Me temo que no. No lo ha sido hasta ahora, a pesar de que, como se sabe, el choque por las infraestructuras se halla en el origen del auge independentista. Recuerden si no el lema de la primera manifestación multitudinaria, en noviembre de 2007: “Som una nació i diem prou! Tenim dret a decidir sobre les nostres infraestructures!”. José Montilla presidía la Generalitat.
Muchos años, muchos fracasos y unos cuantos presidentes después, este fin de semana Carles Puigdemont se dirigía a los catalanes no independentistas para preguntarles hasta cuándo iban a aceptar la presente situación, y blandía la lacerante diferencia entre lo efectivamente invertido en Catalunya y en Madrid. “¡36 a 184, cojones, que ya está bien, hombre!”, se bramaba el ‘president’ exiliado, mientras los asistentes al congreso de Junts per Catalunya en el Rosellón aplaudían a rabiar.