“Nos hemos sentido bastante expulsados del Govern”, confesó Jordi Turull ante los micrófonos de RAC-1 tras la destitución del vicepresidente, Jordi Puigneró, por parte de Pere Aragonès. Turull estaba desolado, probablemente porque sabía lo que se avecinaba.
Echar a Puigneró significaba, así lo entendió Turull, no solamente que ERC no tenía intención alguna de acceder a las demandas de Junts para que cumpliese lo firmado en el pacto de gobierno, sino que, además, los republicanos estaban preparados para asumir la ruptura del Govern.
Las obsesiones de Turull fueron desde el primer día cohesionar a Junts per Catalunya, primero, y mantener el Ejecutivo bipartito, después. Fue justamente esa voluntad de mantener la unión interna de Junts el origen del aviso formulado ya el 29 de agosto a ERC para que cumpliera con lo acordado. Una exigencia reclamada no tanto por los pragmáticos como por la facción irredentista (entre ellos Puigdemont y Borràs), abanderada de una estrategia -por llamarla así- ilusamente delirante, consistente en azuzar el enfrentamiento con el Estado y prometer la independencia para mañana.
Lo que Aragonès, Junqueras y los suyos debían aceptar eran, fundamentalmente, tres cosas: que se ponga en marcha un órgano estratégico -en que debería estar el Consell per la República, entre otros actores- al margen de las instituciones; que la mesa de diálogo con el Estado aborde la autodeterminación y la amnistía, y que haya coordinación en las Cortes españolas (hoy lo que se produce es todo lo contrario).
Los republicanos dieron largas y más largas. También lo hizo Aragonès en el debate de política general, que había sido fijado por los posconvergentes como la fecha límite para la respuesta. Entonces, Junts, por boca de Albert Batet, advirtió al president que, si seguían sin comprometerse, Junts le tendría que pedir que se sometiera a una cuestión de censura.
El cabreo de Aragonès, Junqueras y el resto fue grande. Se escandalizaron. Gritaron “¡malditos convergentes!”. Y decidieron que, por ellos, Junts podía irse a la oposición, al carajo o adonde le diera la real gana. La respuesta a Batet y a Junts fue la cabeza cortada de Puigneró.
Cuando Aragonès salió a la palestra para anunciar que se había cargado al vicepresidente, se percibía en él un rastro de orgullo, de íntima satisfacción. Había demostrado a los posconvergentes y al resto que es un presidente de verdad. Con todos los atributos. Luego se jactaría en unas declaraciones de que él es capaz de tomar “decisiones duras” cuando hace falta.
¿Qué va a ocurrir a partir de ahora? No parece -en el momento de escribir estas líneas- que ERC esté dispuesta a dar mucho margen ni a realizar ningún gran esfuerzo. El diputado de más sobre Junts que las últimas elecciones otorgaron a los republicanos les conceden una enorme ventaja, pues en caso de divorcio quien tendrá que hacer las maletas y largarse son los posconvergentes. Pese a la determinación de que parece imbuida ERC, no debería olvidar que, con JxCat no solo fuera de la ecuación, sino agresivamente a la ofensiva, quedará en manos del PSC de Salvador Illa, que es quien, a la postre, va a ganar en esta truculenta partida. Si en la próxima convocatoria a las urnas el PSC vuelve a superarlos, ¿los republicanos van a entrar en un gobierno de coalición con Illa de presidente?
Para Junts -las bases del cual van a dictar sentencia en un sentido u otro los próximos días 6 y 7- las consecuencias de romper el Govern van a revestir carácter inmediato. Empezarán por el abandono de unas consejerías al frente de las cuales la mayoría de sus titulares están haciendo un buen trabajo. Entre los consejeros y el resto de altos cargos hay personas valiosas que probablemente se marcharán a su casa. JxCat, además, deberá afrontar las municipales del año que viene sin la ayuda de la división aerotransportada que supone controlar la mitad del Govern.
Por último, y aun cuando el actual episodio de enfrentamiento con ERC les ha unido, existe el peligro -que tanto inquieta a Turull- de que muy pronto afloren de nuevo las divisiones internas y Junts per Catalunya acabe partiéndose en dos y tome así el triste y amargo camino hacia la irrelevancia.