Escribía Michel Lacroix en ‘Le culte de l’émotion’ -traducido al catalán por la editorial La Campana- que resulta revelador que el hombre de hoy se interese más por la emoción, que es de carácter explosivo, que por el sentimiento, que es duradero. Seguía Lacroix lamentando que se persiga la excitación, la emoción-choque, que -según él- pertenece al ámbito del grito.
Mucho tienen que ver las emociones, el estómago, con lo que ha sucedido en la consulta a los afiliados de Junts per Catalunya sobre si seguir compartiendo gobierno con ERC o bien abandonarlo arreando un sonoro portazo. Como se sabe, ganó esta segunda opción, que se impuso con poco menos del 56% de las papeletas.
La decisión a tomar por parte de los militantes no tenía nada de fácil. Todo lo contrario: era endemoniadamente difícil. Era una decisión compleja, con muchas variables y eventuales consecuencias. Además, los dos caminos entre los que elegir discurrían insoslayablemente por parajes sombríos y estaban plagados de riesgos e incertidumbres.
En la consulta ha participado una proporción récord de afiliados. Todos ellos, por descontado, merecen mi respeto. No obstante, pienso que los que han apostado por romper el Govern se han equivocado. Que justamente esa era la peor de las alternativas. Las mayorías, como sabemos y tantas veces ha demostrado la historia, no son infalibles, por muy democráticas que sean.
Que respondieran a la consulta alrededor de un 80% de los que tenían derecho a ello indica que participaron en la votación muchas personas que están en Junts simple y rotundamente porque son independentistas. Punto. Personas que seguramente no se han parado a calibrar, porque no han querido o no disponen de suficiente información y perspectiva, lo que supone exactamente la decisión tomada, más allá de la momentánea satisfacción de jorobar a la exasperante Esquerra.
Asistimos al triunfo, como decíamos, de la política emocional. Es un triunfo, más que de Laura Borràs y su círculo, de Carles Puigdemont y sus arengas, como la del pasado 1 de octubre llamando a la revuelta. Pierden los que tenían la vista puesta en el medio y el largo plazo, los que hicieron el esfuerzo de aplomo y de no dejarse arrastrar por la hostilidad de ERC. Pierden los que querían seguir en el Govern y con ellos pierde también Jordi Turull, que no supo o no pudo evitar sucedido.
Incomprensiblemente, el secretario general de JxCat se abstuvo de hacer campaña, en este caso a favor de continuar en el Ejecutivo catalán. ¿Qué hubiera pasado si hubiera reclamado activamente el voto y la confianza de los militantes? Da la impresión de que Turull ha esquivado, ahora como antes, plantar cara a Puigdemont y Borràs. Da la impresión de que, además de sobrarle prudencia, le ha faltado osadía.
Reflexiona Lacroix que la emoción-choque deja el recuerdo un poco amargo de un placer sin futuro. Su eco a largo plazo -subraya el pensador- es con frecuencia el opuesto al que el individuo sintió al principio.