El domingo, 24 de septiembre, Alberto Núñez Feijóo y el PP se concentrarán en Madrid. Lo harán para protestar contra un eventual pacto de investidura de Pedro Sánchez con el independentismo catalán, más en concreto, con Puigdemont y Junts per Catalunya. Será un acto preventivo. Se manifiestan, ese es al menos el motivo alegado, contra una supuesta amnistía y un supuesto referéndum o consulta, es decir, que aún no existen. Ni tan solo se conocen borradores. Dos días después, en la sesión de investidura, no es Sánchez quien pedirá a los diputados que le den su confianza, sino Feijóo.
El desaguisado salta a la vista. Feijóo y el PP han comenzado una ofensiva por tierra, mar y aire contra los socialistas cuando, en realidad, quien se somete a la investidura es el líder popular. Es asumir la derrota antes de tiempo y saltarse algunas pantallas para enfundarse ya el traje de oposición. Como decíamos, un desaguisado. Más aún si se recuerda que Feijóo presionó al Rey para que le diera la oportunidad de ser investido por delante de Sánchez. Lo reclamó pese a que, desde la noche del 23 de julio, sabe todo el mundo que en el Congreso existe una mayoría en contra de que el PP gobierne. Felipe VI concedió a Feijóo lo que quería, retrasando, por consiguiente, todo el proceso. La corona española esgrimió que es “costumbre” que el ganador de las elecciones, el PP en este caso, intente la investidura primero. Pero resulta que, ahora, Feijóo convoca una protesta contra Sánchez 48 horas antes de intentar ser elegido presidente del Gobierno. Parece obra de Los Hermanos Marx, unos Hermanos Marx del PP.
¿Por qué hemos llegado a este sinsentido? Pues porque José María Aznar, líder fáctico del PP, en un acto de la Fundación FAES, que preside, invitó -¿ordenó?- al PP a incendiar la calle. Al cabo de unas pocas horas el partido convocaba el acto de protesta en Madrid. ¿Podía el PP haber esperado? Sí. ¿Podía haberlo convocado más adelante? Sí. ¿Podía no haberlo convocado? También. Y aquí solo queda pensar que o Feijóo es un tipo sin visión ni criterio ni enjundia o, simplemente, se deja arrastrar por los demás, singularmente por el ala dura del PP, que luce los pósters de Aznar y Díaz Ayuso en la pared de su habitación. Cualquiera de las dos explicaciones resulta mala, nefasta, para el presidente popular.
Feijóo, con fama de hombre moderado, galleguista y buen gestor, deambula sin rumbo y da bandazos en el ring desde el mismo 23J. Le hicieron creer, los asesores, las encuestas, los medios de comunicación afines -que en Madrid son muchos-, que las elecciones serían un paseíllo. Que ganaría y sería presidente sin bajar del autocar (él mismo llegó a especular sobre una posible mayoría absoluta). Pero lo que ocurrió, lisa y llanamente, es que las izquierdas y las fuerzas plurinacionales sumaron, por poco, más diputados que los partidarios -PP y Vox, fundamentalmente- de que Feijóo ocupe La Moncloa. A la derecha y a la extrema derecha los votos no les alcanzaron. Desde entonces, el candidato del PP ha oscilado entre apelar al “encaje” de Catalunya a subrayar la obligatoria “igualdad” entre territorios, de no querer verlos ni en pintura a querer hablar con Junts, de negar contactos con Puigdemont a admitirlos, etcétera. De rogar a Sánchez que le permita ser presidente a alzar la pancarta contra Sánchez.
La volubilidad de Feijóo es, a día de hoy, notoria, palmaria. Hiriente. Llegó sin oposición al PP para sustituir a Casado -víctima de Díaz Ayuso-, derogar el sanchismo y acabar con el gobierno de “comunistas, golpistas y amigos de ETA”. Pero falló. Si sigue como hasta ahora más pronto que tarde muchos en el PP empezaran a preguntarse qué diablos hay que hacer con él. Como dicen algunos maliciosamente, se le está poniendo cara de Pablo Casado. Igual que su antecesor, el actual presidente del PP se ha dejado zarandear por el ala dura del PP -en muchos casos indistinguible de Vox- y, a poco que se descuide, esos mismos le llevarán al cadalso. Feijóo, el exitoso político gallego de las cuatro mayorías absolutas, se ha comportado como un auténtico novato una vez trasplantado a Madrid, emulando -sin el arte y salvando las distancias- al gran Paco Martínez Soria de ‘La ciudad no es para mí’.