El presente, el presente real, fáctico, es malo, muy malo para Alberto Núñez Feijóo. Incluso de un gris sucio y tristón, y para rematarlo, con no pocos riesgos asomando en el horizonte. Las últimas y largas semanas no han sido tampoco, ni mucho menos, luminosas. Tras quedarse, el PP y Vox, demasiado cortos en las elecciones de julio, Feijóo permaneció atónito, desconcertado, incapaz de comprender cabalmente lo que estaba y le estaba sucediendo. Entonces empezó a dudar, a decir una cosa y luego la contraria, a trastabillarse aquí y allá. A dar palos de ciego. Hasta que irrumpió Aznar y ordenó dejarse de vaivenes y miramientos, e incendiar las calles contra Pedro Sánchez y su pandilla de “comunistas, golpistas y etarras”.
Feijóo constata su falta de apoyos y no logra un cara a cara con Sánchez sobre la amnistía
La concentración del domingo en el distrito de Salamanca de Madrid –seguramente no será la única– demostró que el PP puede reunir a unas pocas decenas de miles de personas en la capital del Reino. Nada más. Ni tsunami ni revolución ciudadana. El acto no le llegó a la suela del zapato a la última manifestación independentista del Onze de Setembre, una de las menos concurridas de los últimos años. Y eso que, según Aznar, lo que está en peligro con la amnistía a los independentistas es nada más y nada menos que la existencia de España.
Lo del domingo evidenció la absoluta vacuidad de la investidura instrumental que se escenifica en el Congreso. El sinsentido de una investidura para la que no se tienen, ni se han tenido nunca, los votos. ¿Qué le contó Feijóo a Felipe VI para que le propusiera a él por delante de Sánchez? El teatro bufo al que asistimos deja al monarca también en fuera de juego. (Recordemos que, en su día, Rajoy renunció a intentar la investidura porque, le explicó al rey, no contaba con los apoyos suficientes).
Feijóo utilizó la ocasión que le daba este martes la investidura para huir de un presente feo, gris, amenazador. Para trasladarse al mañana, a luego. Redactó, o le redactaron, un texto a medio camino entre el que correspondería a un político de la oposición –por si Sánchez vuelve a ser presidente– y el que largaría un candidato en campaña –para el caso de que las elecciones se repitan–. Habló para su partido y para los votantes, no para los diputados que tenía delante y que en teoría pueden convertirlo en el próximo presidente del Gobierno.
Hablar en clave de oposición y en clave electoral tiene la tremenda ventaja de poder decir casi cualquier cosa y prometer lo que a uno más le convenga. El gallego pudo explayarse, total, como bien sabe, no va a salir investido –salvo que alguien enloquezca y se produzca el ‘tamayazo’ que ha suplicado el PP–, ni, por tanto, nadie le va a pedir cuentas de sus palabras.
En su discurso, Feijóo llegó a decir, sin rubor, que no va a ser presidente porque no quiere. Que si lo deseara, lo sería, por descontado, pero él tiene principios –no como Sánchez, recalcó– y no está dispuesto a según qué cosas. Se vio Feijóo en la necesidad de añadir que su investidura no es un disparate, ya que “recuerda” a los españoles que él ganó las elecciones. Lo que vamos a recordar, y vivamente, es su fracaso y cómo nos ha hecho perder el tiempo.