Coincidiendo con la visita de Artur Mas a Londres para explicar a Nick Clegg y a todo el que quiso escucharle que Catalunya ajusta con rigor pese al «drenaje» fiscal impuesto por el Estado, se desataba el regateo entre el Gobierno de David Cameron y el de Alex Salmond en torno al referéndum sobre la independencia que el segundo prometió a los escoceses. Mas debió de envidiar rabiosamente las cuitas de Salmond .
Cameron pone dos condiciones a los escoceses a cambio de aceptar lo que ellos decidan. La primera, que el referéndum tenga lugar en el plazo de 18 meses. La segunda, que haya dos opciones y no tres (como plantea Salmond ) a elegir: independencia, seguir como ahora y una especie de casi independencia confederal. Salmond ha replicado que convocará en otoño del 2014, esto es, mucho más allá del plazo dado por Londres. Hay que considerar en este punto dos aspectos. Uno estratégico y otro de carácter, digamos, psicológico. El primero: al reconocer Londres el derecho de los escoceses a decidir su futuro, y pese a querer imponer restricciones y condicionantes, Cameron se sitúa en desventaja en el tira y afloja. El segundo: Salmond es un tipo muy inteligente y hábil, un adversario difícil de batir, tal como coinciden en señalar personas que han seguido de cerca su trayectoria y le han tratado personalmente.
Si el marido fuera Gran Bretaña y la esposa, Escocia, diríamos que el marido acepta que la mujer pueda divorciarse o quedarse en casa, pero rechaza concederle una opción intermedia o mediopensionista (la que hoy más partidarios podría tener). El marido, además, quiere que la mujer se decida rápido, y amenaza si no con poner el asunto en manos de la justicia. El enfoque español es bien distinto. El hombre español rechaza que la mujer catalana pueda divorciarse. O, mejor dicho, cree que quien tiene el derecho a decidir si la esposa se va o se queda no es ella, sino él (los ciudadanos y las instituciones españolas). Además, el marido le arrebata a la esposa catalana parte del sueldo sin que esta pueda decir ni hacer nada. Por eso el president envidia a los escoceses, por estar casados con británicos.
Algunos –incluso muchos que se hacen llamar liberales– objetarán que no es lo mismo la libertad de las personas que la de las naciones (dejo al margen a los que argumentan que no existe nación ni pueblo catalán, sino ciudadanos españoles que habitan el noreste peninsular). Para abreviar, acudo a una cita breve pero luminosa de Rovira i Virgili , de un texto escrito en francés en 1947: «El movimiento nacional y el movimiento liberal aparecieron como derivaciones del mismo principio. Si hay derechos para los hombres, hay derechos para los pueblos, y estos últimos no son otra cosa que una forma de los primeros».