El soberanismo es una fuerza que actúa de abajo a arriba. El verdadero motor son los ciudadanos. No los partidos, ni sus líderes, aunque por supuesto juegan un papel importante. Algunos se revelan todavía hoy incapaces de comprender una realidad tan evidente. Así, siguen demonizando y acosando al president Artur Mas y a Oriol Junqueras, como si fueran ellos la causa y el origen de lo que ha sucedido y va a suceder. Mucho más informados están los ricos y poderosos, los happy few catalanes, cuyas biografías y dineros dependen en gran medida de sus relaciones con el Estado. Cuando se han pronunciado, han optado por lanzar vagas apelaciones al diálogo y al pacto. Pese a ello, se guardan mucho de reprochar públicamente a Mariano Rajoy su inmovilismo antipolítico. Naturalmente, las élites temen mucho más enemistarse con el Gobierno español que con el catalán. Nuestros poderosos alentaron, mucho en privado, pero también en público, la tercera vía y confiaron en Josep Antoni Duran Lleida como mensajero. Rajoy les cerró la puerta en las narices, y no sólo eso, sino que les envió un mensaje de vuelta. Así, les exigió parar a Mas y les advirtió contra las dudas y las medias tintas. Los tibios no van a ser perdonados: o conmigo o contra mí. Decidan, señores, y aténganse a las consecuencias. Una amenaza en toda regla. Cegada una posible tercera vía, habiendo respuesto además el presidente español con un no rotundo a la invitación de Mas a dialogar sobre la consulta tras el acuerdo sobre la pregunta, las élites catalanas parecen haberse quedado paralizadas, como el conejo sorprendido mientras de noche intenta cruzar la carretera. Además, no se les escapa que muchos de los ciudadanos que participaron en la Via Catalana son clientes de sus negocios. Negocios que tienen sus cimientos y su razón de ser en Catalunya. La peor pesadilla no es otra que una revuelta de sus clientes contra ellos, el boicot ciudadano. ¿Qué hacer? ¿Cómo, en qué dirección, moverse? ¿A quién confiar su suerte? Las élites tienen poder –informal, nunca explícito, pero real–, pero no saben qué hacer con él. Se sienten atrapadas. Se remueven en busca de una alternativa, de algo que les indique la salida del laberinto. Algunos acometen pequeñas maniobras, cierto, pero en realidad no saben adónde deben ir. No pueden aplicar la vieja receta de derribar al Govern, pues eso allanaría el terreno a una victoria de ERC. Fuera del soberanismo, sólo queda el desnortado PSC –con una dramática aluminosis–, el neopopulismo españolista de Albert Rivera y un PPC muy empequeñecido, la última ocurrencia de cuya líder ha sido especular con la suspensión de la autonomía, lo que, lejos de mejorar la situación, daría paso a una crisis de proporciones incalculables.