Europa –sus líderes, sus partidos, sus países– está metida de lleno en campaña electoral. Vladimir Putin está también en campaña. Él siempre lo está. Y el viernes produjo para todos nosotros lo que es sin duda uno de los mejores espots de una carrera que acumula ya un buen número de ellos. Esta vez no aparece practicando kárate o dando brazadas en un lago siberiano. Esta vez, el pasado viernes, Putin quiso que el mundo lo viera y lo sintiera como comandante supremo de las fuerzas armadas. Como guerrero y conquistador.
Que lo contemplemos haciendo ostentación del poder de sus buques y aviones militares no pasa porque sí. Mucho menos que el escenario elegido sea la península de Crimea, recién anexionada a Rusia. Nada es por azar, máxime cuando hablamos del presidente ruso. Putin nos dice que no piensa ceder, que no va a darse media vuelta y olvidarse de Ucrania como si nada hubiera sucedido. También nos dice muy clarito que él no es como nosotros, europeos, norteamericanos, occidentales. Ni quiere serlo. Es más, como sentencia Anne Applebaum , el antiguo agente del KGB no admira sino que rechaza los valores occidentales.
Después de 1989 creímos que Rusia iba a seguir el camino de otros antiguos territorios situados al otro lado del Telón de Acero. Que con el tiempo iría evolucionando , cambiando, para irse asemejando a nosotros, las democracias europeas. Que iría viniendo . Pero confundíamos realidad con deseo, o sencillamente nos habíamos situado en el terreno de la fantasía. Rusia no va a parecerse más a Europa, al menos durante mucho tiempo. Tampoco Europa va a parecerse más a nosotros. Quiero decir que Europa, la UE, no va a transformarse en, digámoslo así, un gran estado confederal. Debemos abrir también los ojos en este punto: no vamos hacia una suerte de Estados Unidos de Europa, como en 1946 deseó Winston Churchill en Zúrich.
Eso, igual que la Rusia europea, no va a ocurrir durante mucho tiempo. Aunque, por ejemplo, algunos estén haciendo esfuerzos para lograr que sea el Parlamento de Estrasburgo quien decida el nombre del presidente de la Comisión. Se ha preservado la paz en el interior de Europa y se han conseguido muchas otras cosas positivas desde el famoso discurso de Churchill, es absolutamente cierto. Pero ¿qué se ha logrado, qué se ha logrado realmente, en relación a la identidad, del relato, de los símbolos, de los afectos? Y, mucho más relevante, ¿qué más, cuánto más se puede lograr en ese terreno, en el mejor de los casos?
Que se haya recorrido un trecho del camino no supone necesariamente que vaya a recorrerse el trecho restante. O que las fuerzas de la historia estén obligadas a conducirnos hasta el futuro deseado, o un día imaginado.