Las circunstancias, y no precisamente positivas sino absolutamente negativas, muy adversas, han llevado a los dos partidos tradicionalmente centrales de la política catalana, CiU y PSC, a reconstruir sus cúpulas directivas.
En el caso de este último, el afán es básicamente resistencial. O sea, se trataría, en primer lugar, de mantener al máximo sus posiciones y su poder territorial. Suturar y cauterizar heridas y situarse en la mejor posición posible para resistir el tsunami político que se adivina tras el horizonte de las vacaciones. No va a ser fácil. Al PSC le han salido un buen número de competidores que, sin duda, van a beneficiarse del errático deambular de los socialistas catalanes durante los últimos tiempos.
Además, igual que le pasa a CiU, el PSC es visto como parte del sistema, del establishment. O, si se prefiere, como corresponsable de los desastres de todo tipo que aquejan al ciudadano. Desastres como el desprestigio institucional, los casos de corrupción y la crisis económica, con sus terribles consecuencias sobre el bienestar de la gente, en especial, de las clases medias y populares.
Consciente de ello, Miquel Iceta parece que ha decidido conformar un equipo de personas de confianza pero con experiencia y solvencia. Sabe que lo que se le viene encima va a suponer una dramática prueba para un partido que se halla en sus horas más bajas.
El caso de CiU es diferente. Pese a ir perdiendo apoyos de forma paulatina y alarmante, cuenta con un activo muy importante, fuera de toda duda: el president Artur Mas. No obstante, es obvio desde hace mucho que la situación de interinidad en la cúpula del partido, motivada por la situación judicial de Oriol Pujol, ha restado fuerza y protagonismo a la federación, especialmente a CDC, en una etapa donde Mas y, en general, el movimiento popular soberanista, necesitan imperativamente toda la energía, el talento y los apoyos que puedan reunir.
Por tanto, la remodelación de la cúpula de Convergència debiera ser positiva para CiU. Ante lo que nos acecha, a CiU, y en especial a CDC, le tocará no solo encajar bien las piezas, sino también tener iniciativa. Igualmente, la federación debiera coordinar más que nunca sus movimientos y, en todo caso, acordar al máximo con la UDC de Duran los movimientos a realizar y las posibles discrepancias.
En cuanto al Govern, debiera también prepararse para actuar como una auténtica piña y al unísono con CiU. En eso no hay que escatimar esfuerzos. No pueden existir agendas u objetivos individuales. Para garantizar la unidad y la coherencia, Artur Mas no debiera dudar en ejecutar los relevos que se demuestren necesarios. Ni el Govern ni CiU pueden permitirse flancos débiles o poco comprometidos.