INSISTEN POR AHÍ algunos políticos y articulistas que, claro, ya se sabe, eso de la corrupción es de derechas. O aseguran que la derecha mete la mano en la caja porque su parroquia eso lo castiga poco, ya que en el fondo no le parece del todo mal. Bien, para empezar, uno no sabe muy bien qué entender por eso que llaman la derecha o, mejor, La Derecha, como si fuera una sola cosa, cuando desde Dante todo el mundo sabe que incluso de infiernos hay más de uno. Deberían explicarse mucho mejor cuando cogen la brocha y trazan la frontera. Intuyo que vienen a aludir a un dogma por ellos muy querido según el cual la izquierda se halla moralmente por encima, de la derecha -y de los liberales, que para algunos son pura derecha, y de la peor especie-. O sea que La Derecha vendrían a ser Los Otros, Los Adversarios: Los-malos-de-la-película. Si el dogma fuera cierto, también lo serían sus derivadas, ya relacionadas más arriba: que los políticos de la derecha son peores personas que el resto y que la gente de derechas tolera la corrupción con sinvergüencería. Pero no nos fiemos del dogma y acudamos a la realidad -como haría un auténtico liberal- para ver qué es lo que tiene que decirnos.
Empecemos por lo segundo. Situémonos en los años noventa, con el PSOE en plena orgía de corrupción, amén de escándalos como el de los GAL. En aquel entonces los votantes socialistas fueron muy, pero que muy tolerantes con esa montaña de porquería. El felipismo resistió hasta 1996 -el caso Juan Guerra estallaba en 1989- para perder finalmente los puntos, con lo que los populares necesitaron el apoyo de CiU para gobernar. Veamos qué tiene que decirnos la realidad sobre los valores. Fijémonos en Jaume Matas. El expresidente balear y exministro se contaba, con Piqué y algunos más, entre lo más moderno y centrista -lo menos derechona, para entendernos- que corría por el PP. Ahora le acusan, sin embargo, de hechos gravísimos, de una colosal desfachatez, por lo que el juez le impuso una fianza de tres millones, una auténtica plusmarca. Pero, oh sorpresa, Matas no fue criado en los valores de la derecha, ni siquiera en una familia conservadora, todo lo contrario. Su familia era socialista, sindicalista, republicana, laica y antifranquista. Eso sí: siempre se podrá alegar que lo malograron sus años en la Universidad de Valencia, donde trabó amistad con un estudiante relamido y poco de fiar, un tal Francisco Camps.