Podría escribirse, en cuanto a Mariano Rajoy y su llamada al enflaquecimiento autonómico, que la cabra tira al monte o que, cuando se trata de disparar contra ciertas cosas, el Pisuerga siempre está pasando por Valladolid. Decía el martes don Mariano que debería revisarse la arquitectura autonómica, puesto que, añadió, representa «un obstáculo adicional» para salir de la crisis. Un rato antes, ese mismo día, el boss del Santander, don Emilio Botín, amén de adentrarse en los mismos jardines autonómicos, no se olvidó de trabajar por lo suyo y reclamar más soltura y firmeza a la hora de barrer a las cajas de ahorros, algo que justificó, por supuesto, a base de argumentos supuestamente inodoros y técnicos.
Puestos a revisar el invento autonómico, revisémoslo, don Mariano, todos juntos y en franca camaradería, como dijo aquél. Revisemos, por ejemplo, quiénes se sacaron el artefacto de la manga y cómo se preparó lo que se ha venido en conocer como café para todos. Cómo lo que debía ser solo para unos pocos quiso extenderse hasta sumar 17 comunidades más Ceuta y Melilla. Por descontado, cabría abordar el interrogante clave: ¿por qué se hizo lo que se hizo? Y, más aún, reflexionar sobre hasta qué punto la España de las autonomías no es hija de las ancestrales fobias y de la estrechez de miras de ciertas gentes por todos conocidas.
Salieron el martes pasado, mezcladas con las paternales advertencias sobre las boberías autonómicas, las siempre agradables y fecundas ideas de eficiencia, de ahorrar ventanillas al ciudadano y de lo ancho que es el mundo aunque algunos, como los catalanes, no nos queramos enterar. Puestos a cerrar ventanillas, podríamos empezar, si le parece, don Mariano, por las ministeriales, como la del Ministerio de Cultura, toda vez que las competencias están transferidas a las autonomías. Y, ya que hablamos de dinero, quizá estaría bien volver sobre el funesto asunto de las balanzas fiscales, pues el drenaje que se aplica a Catalunya, rebanando cada año alrededor de 10 puntos de su PIB, lo es todo -una desfachatez lacerante, una injusticia intolerable, etcétera- menos eficiente. Por eso, porque, además de injusto e injustificable es absurdo, en el ancho mundo, en el ancho mundo civilizado, nadie, ningún Estado, ahoga con semejante saña a la zona económicamente más dinámica de su geografía.
Ya que nos invita a revisar, le diré don Mariano que puede que sea a los catalanes a los que más cunda analizar los lastres de la España de las autonomías, en tiempos de crisis o bien de bonanza. Y tal vez lleguen a la conclusión de que, la verdad, no es muy honorable aguantar que a uno le afrenten constantemente en la verbena que está pagando con el dinero de su bolsillo.