Hoy, día de Reyes, parece una jornada propicia para un pequeño ejercicio de imaginación. Piensen en Risto Mejide regresando a ‘Operación Triunfo’, pero esta vez no como jurado, sino como participante en el casting. Y que el jurado, en el que destaca un personaje literalmente insoportable, le canta las cuarenta y lo echa del plató con cajas destempladas. Y que Risto, reconvertido en estridente acordeonista, al verse descartado, se revuelve contra el programa y sus reglas. Y que, para más inri, al mismo tiempo que se queja amargamente, denuncia, rasgándose las vestiduras, los abruptos modales de aquel tipo del jurado que, ocupando su antigua silla, se comporta exactamente igual que él solía hacer. Pues bien, esto más o menos es lo que sucede con Francisco Álvarez Cascos estos días.
En realidad hay apenas una diferencia o dos. Diría que Risto es un hombre inteligente y sabe que en la tele los personajes, para tener recorrido, deben ser plausibles, no deben impugnarse a sí mismos. En política esto significa mantener una aparente coherencia. Por su parte, el otrora terror de cuanto discrepante, disidente o matizante se atrevía a existir en el PP, incluido el PP de Asturias, donde nunca dejó de meter mano, está a punto de añadir el ridículo a la incoherencia, pues Paco Cascos acaricia la idea de encabezar una nueva formación y concurrir a las elecciones de este año. El partido de Cascos esgrimiría, vaticinan los augures, un firme asturianismo, algo como mínimo sorprendente en quien, por ejemplo, cuando era titular de Fomento, diseñó para España unas infraestructuras más radiales que una rueda de carro.
Antes de sentarse en el consejo de ministros como vicepresidente, primero, y ministro, después, Cascos fue secretario general del PP, ejerciendo su autoridad, que era mucha, con una mano de hierro que para sí quisiera Mazinger Z. Favoreció y perjudicó, aupó e hundió, fichó y echó cuanto creyó conveniente. No se escandalicen: los partidos políticos no funcionan como comunas hippies; se parecen más a un cuartel. Hay quien manda mucho, quien manda menos y quien apenas puede decir esta boca es mía. Cascos, el ajusticiador ajusticiado, era de los que mandaba mucho y, a fin de cuentas, no lo hizo tan mal, máxime si se juzga por los resultados, pues Aznar y el PP lograron el gobierno, y a él le premiaron generosamente. Lo que no puede ser es que nos venga ahora con que en el PP le han tratado indelicadamente y que los muy envidiosos no le han dejado ser presidenciable asturiano. Incomprensiblemente, quien presumió de ser el mentón más duro del aznarismo se queja e indigna porque le han dado la misma medicina que él administró a troche y moche. Es algo así como ver a Rambo maldecir y lloriquear porque al traficante de armas que le suministraba las granadas de mano se le ha pasado desearle un próspero Año Nuevo.