Cortinas de humo, mensajes telefónicos y documentos que se hacen públicos, filtraciones malintencionadas, acusaciones en las redes sociales, prejuicios, sospecha permanente… Síntomas del agrio clima que domina las relaciones entre CiU y ERC, tras la pérdida de confianza, primero, y la apenas disimulada ruptura, luego, entre el ‘president ‘Artur Mas y Oriol Junqueras.
Lo cierto es que desde la llamada de Artur Mas del 25 de noviembre para forjar una coalición electoral con ERC que contara con una amplia representación de la sociedad civil, Junqueras no ha dejado de decir que no. No a todas las propuestas.
El republicano quiere unas elecciones convencionales, cada partido con su lista aunque compartiendo un paraguas programático independentista, y, sobre todo, que estas se celebren pronto. Quizá empujada por un extraño sentido del humor, ERC habla de formar un Govern de unidad. ¿Confrontarse en las urnas, con mucha agresividad, cebada por el inevitable de rencor acumulado, para al día siguiente gobernar juntos en alegre camaradería?
Por eso, dada la situación bélica en que nos hallamos, seguramente lo mejor sea parar máquinas. Firmar una tregua o armisticio -cese de las hostilidades-, proceder a la evaluación de daños y empezar a restañar las heridas, recomponer los puentes y recuperar espacios de confianza. Las cosas han ido demasiado lejos.
Cabe consignar que los daños son ya notables. La sensación de desconcierto, cansancio y cierto fatalismo se ha extendido, junto a las señales de que la fuerza del soberanismo retrocede, aunque sea poco.
Las elecciones, pues, quizá deberían esperar. No vale el ‘tenim pressa’ cuando lo prioritario es restablecer las condiciones que hagan posible el diálogo y los acuerdos razonables entre Mas y Junqueras. Unas condiciones que en estos momentos no se dan. Sin ellas, y con la feroz oposición del Gobierno español, que no duda en utilizar los aparatos y los recursos del Estado -es decir, de todos- contra el movimiento soberanista, la situación se complica extremadamente.
Adelantar ahora las elecciones catalanas parece altamente arriesgado, quizá temerario. Mejor hacer un alto y trabajar con disciplina y convicción hasta que la unidad de los partidos soberanistas se recomponga. Mejor hacer las cosas más tarde pero bien, que pronto y mal, que es lo que hay muchas probabilidades que ocurra con una llamada inmediata a las urnas.
Mas propuso llevar a cabo algo excepcional -que pasaba por la candidatura conjunta con ERC-, y eso ha quedado claro, si no se produce un giro inesperado, que no va suceder. La alternativa era dejar las elecciones para más adelante, incluso agotar la legislatura. Por desgracia, este segundo camino aparece hoy como el más razonable.