Otra vez se produjo el acuerdo entre soberanistas en el último minuto, in extremis, justo antes de que sonara la campana. El pacto de mínimos entre Mas y Junqueras, construido a base de mutuas renuncias, vino a cerrar, esperemos, una etapa de mutua pérdida de confianza, primero, y de enfrentamiento, después. Hace una semana hablé de ello y de lo perjudicial que la situación resultaba para el proceso soberanista. El acuerdo del miércoles ha de suponer el fin de la espiral que ha deteriorado en los últimos meses la relación entre las dos principales fuerzas soberanistas catalanas. Lo de ahora no puede ser un punto y seguido, sino un punto y aparte. El armisticio o tregua que yo mismo reclamaba desde estas páginas debe ser real, y servir para reparar los puentes rotos y restablecer la confianza. Si no, no hay hoja de ruta ni estructuras de Estado que valgan. Eso tiene que ser así si de verdad creen que la independencia es posible. En estos últimos meses ha habido momentos en que ha parecido, a la luz de su comportamiento, que ni unos ni otros tenían consciencia de lo que está en juego. Como si predicaran algo sobre lo cual ellos mismos dudaban y, por tanto, no dejaban de priorizar otros objetivos. El comportamiento de ERC en relación al 9-N impulsado por el president Mas lo considero, en este sentido, especialmente reprochable. Pero quien tiene en los próximos meses mayores retos ante sí es CiU. Se trata de transmitir claramente la idea de que no sólo de la independencia se ocupa el Govern. El Gobierno gobierna, pero el debate independentista viene eclipsando en buena medida la labor del ejecutivo. Asimismo, las eventuales mejoras que se produzcan en la situación económica de la Generalitat han de tener a los más perjudicados por la crisis como primeros beneficiarios. SIN CRISIS DE GOVERN / Con elecciones ya fijadas para el mes de septiembre resulta improbable que Mas vaya a modificar la composición de su Ejecutivo, más allá, quizá, de movimientos muy puntuales. Donde sí deben poner su atención y esfuerzo tanto el president como Josep Rull y todos los demás, es en lo que el segundo llamó la refundación de Convergència. CDC se encuentra varada en una suerte de transición y, además, muy devaluada como marca por el desprestigio general de las formaciones políticas convencionales (identificadas con el establishment) y por los escándalos de corrupción. No creo que pueda posponerse más, como se ha venido haciendo, la transformación de Convergència en un partido capaz de afrontar con garantías el futuro próximo. Los convergentes han cometido dos veces el mismo error, pues cuando han gobernado (con Pujol y con Mas) han desatendido gravemente el partido y han permitido su debilitamiento como organización. Es un lujo que, considerando los tiempos que se acercan, los nacionalistas no pueden seguir permitiéndose