La CUP aprovechó el pasado miércoles para organizar una performance en el Parlament. David Fernàndez se calzó una de sus célebres camisetas, en este caso con un eslogan provocador –«Yo también estaba en el Parlament y lo volvería a hacer»– y, tras una airada protesta, él y los otros dos diputados cuperos abandonaron el pleno sin esperar a respuesta alguna. Todo ello venía a cuento de la sentencia del Tribunal Supremo condenando a ocho de los participantes en el asedio al Parlament y sus diputados en junio de 2011. Contradecía el Supremo a la Audiencia Nacional, donde un tribunal había exculpado, con argumentos más que pintorescos, a 19 acusados por los hechos.
Como no podía ser menos, Joan Herrera también protestó de la sentencia, haciendo igualmente de ella responsable al Parlament. Se acercan elecciones y, con numerito o sin numerito, cada cual tiene que mimar a la parroquia. Tiene gracia, por cierto, que la CUP y los postcomunistas reivindiquen y hagan bandera de la libertad de expresión, una conquista, una de las mayores si no la mayor, del liberalismo.
Uno de los grandes teóricos de la libertad de expresión fue un inglés que vivió en tiempos de la reina Victoria y, por consiguiente, fue contemporáneo de Marx y Engels . John Stuart Mill , en su magistral Sobre la libertad, estableció el llamado Harm Principle : la libertad de expresión debe ser total a condición de no dañar ( to harm ) a otra persona o personas. Por supuesto, ha existido y existe una intensa discusión sobre cómo debe interpretarse ese ‘dañar’.
Sea como fuere, ese debate no existe en el caso del Parlament, pues los insultos, amenazas, vejaciones, coacciones, empujones, etc… fueron claros. Tan claros como la silueta del helicóptero recortándose en el cielo en que el president Mas tuvo que subirse para llegar al hemiciclo, imagen que, para vergüenza de todos los catalanes, dio la vuelta al mundo.
Se ha dicho, ante la sentencia del Tribunal Supremo, que esta es desproporcionada. No soy jurista, y no voy a pronunciarme categóricamente sobre si los condenados merecían los tres años de prisión que les han caído. Es más, estoy dispuesto a admitir que tal vez sea mucho. Pero, ya que hablamos de desproporción y, por tanto, de injusticia, les diré que más desproporcionada e injusta que la del Supremo me parecía la sentencia anterior de la Audiencia Nacional, que absolvía al total de los procesados.
Fernàndez llevaba una frase preparada para lanzarla el miércoles en la Cámara catalana: «Hoy este Parlament no nos representa», una frase que se hacía eco del grito que coreaban los agitadores ante el parque de la Ciutadella: «¡No nos representan!» ¿Se acuerdan? A mi, a pesar de los pesares, sí me representan.