Tras el increíble descalabro del PP en Andalucía –increíble para un partido de gobierno y con mayoría absoluta–, el miedo recorre la espalda de los de Rajoy ante las elecciones autonómicas y municipales. Una de las batallas clave es la del País Valenciano. La corrupción, el despilfarro y la pésima gestión –unidos a los escándalos del PP estatal– hacen que los vaticinios sean muy sombríos.
Alberto Fabra y los suyos están desesperados. Y dispuestos a cualquier cosa con tal de retener el poder en la autonomía y en los ayuntamientos. En este contexto, y conscientes de que el mensaje de la recuperación económica no les va a salvar, han decidido apostar fuerte por la destructora arma de siempre: la agitación anticatalana aderezada con populismo folclorista.
En el último pleno de la legislatura se aprobaba con los únicos votos del PP una ley sin precedentes en países democráticos, la ley de señas de identidad. Así, se blindan las fiestas taurinas (el bou embolat y los bous al carrer ) como bien de interés cultural y se proclama «la individualidad» del valenciano, eufemismo bajo el que regresa la intención de reabrir la guerra lingüística e insistir en fracturar la unidad de catalán y valenciano. Para cerrar el círculo, la ley prevé la creación de un observatorio, con poder para negar subvenciones, en el que se incluyen las desacreditadas entidades Lo Rat Penat y la Acadèmia de Cultura Valenciana, impulsoras del secesionismo. A su vez, se margina a la Acadèmia Valenciana de la Llengua, la autoridad normativa reconocida por el Estatuto tras un pacto ratificado por el PP.
De cómo las gastan los populares también nos ilustran las maneras empleadas la semana pasada en las Corts Valencianes por su portavoz. A los diputados del PSPV les acusó con desprecio de «procatalanistas» y «pancatalanistas», a la vez que tachaba de traidores a toda la oposición.
La lengua valenciana le importa a la derecha –la del «caloret del verano» – menos que un pepino. Sin embargo, desde la transición ha sabido utilizarla para alimentar la demagogia sobre unos supuestos planes colonialistas catalanes. Lo cierto es que les funcionó –gracias a su radical ausencia de escrúpulos, sumada a la pusilanimidad y los complejos socialistas– y creen que les volverá a funcionar ahora. La paradoja es que Catalunya parece haberse desentendido hace mucho de lo que sucede en el País Valenciano.
La oposición ha prometido derogar la norma si alcanza la mayoría en las Corts. Pero puede que eso sirva poca cosa, pues es perfectamente imaginable, como avisa el periodista Francesc Viadel , que entonces el PP exhiba el cadáver de la ley de señas para «llamar a la guerra santa contra la presunta catalanización del país, contra los rojos y los catalanistas traidores».